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La mejor medicina preventiva es el optimismo, ¡eso está claro! El estado de ánimo y la salud, tanto física como psíquica, están muy relacionados. Mientras que ser negativos y estar pensando constantemente en nuestros problemas puede acabar arruinando nuestra salud, el pensamiento positivo la fortalece. Como si fuera magia, una buena noticia, una experiencia agradable o un acontecimiento feliz, nos cargan de energía, ¡y sirven para curar muchas enfermedades! Las emociones positivas son el mejor fármaco para curarnos de las dolencias físicas, según recalca la especialista Sylvian Michelet en la revista Psychologies.

La asociación entre el optimismo y la buena salud se remonta a principios del siglo pasado, cuando la psicóloga Émile Coué se sirvió de ella para elaborar sus terapias. “Repita conmigo, estoy mucho mejor, tengo menos dolor y comienzo a sentirme bien”, solía decir Coué a sus pacientes. Ya a finales de los años 70, el profesor y periodista Norman Cousin sentó las bases de la risoterapia, estableciendo una clara interacción entre la medicina, la psiquiatría y la psicología.

Las emociones negativas nos angustian, nos estresan, nos fatigan y, a la larga, debilitan nuestro sistema inmune. Por el contrario, el bienestar mental refuerza las defensas de nuestro organismo.

¡Y es que el optimismo es el mejor tratamiento natural! La psicología positiva es una corriente que se ha centrado en el estudio de las emociones que tienen un impacto positivo en la salud, así como en el desarrollo de las herramientas necesarias para potenciar estos saludables estados de ánimo. La resiliencia, esa capacidad para salir adelante ante las adversidades, reponiéndose lo más rápido y mejor posible, incluso fortaleciéndose gracias a dicho proceso, es una de las últimas tendencias en este campo.

El optimismo es una ilusión, pero una ilusión esencial para la supervivencia de la civilización. La capacidad para persuadirnos a nosotros mismos, motivándonos y priorizando las emociones positivas por encima de las negativas es fundamental para alcanzar la felicidad, pero también para prevenir ciertas enfermedades y no sólo mentales. El pesimismo enferma. Como reconocía Freud, el optimismo es una ilusión, ¡pero una ilusión necesaria!

Pero no hay que pasarse, como critica Martin Seligman, psicólogo norteamericano experto en optimismo. En su último ensayo Flourish: A Visionary New Understanding of Happiness and Well-being, algunos profesionales están cayendo en el error pseudocientífico de la happyology (apología de la felicidad). Desde su punto de vista, la buena salud no reside tanto en la risa aislada o en un sentimiento momentáneo de bienestar, sino en la autorrealización personal, así como en el desarrollo de todas nuestras potencialidades y cumplimiento de expectativas. Es decir, en estar a gusto con nosotros mismos y con nuestra vida.

¡La felicidad es deudora del sentido que le demos a nuestra vida! Un sentido que, como ha remarcado el psicólogo Thierry Janssen, debe ir acompañado de sus exigencias y responsabilidades para poder aprovecharse al máximo de sus beneficios sobre la salud. En este sentido, Janssen señala tres actitudes imprescindibles que considera como los pilares de la buena salud:

  1. La capacidad de expresión: Para Janssen, esta es la mejor garantía para armonizar las diferentes dimensiones de nuestro ser y evitar la aparición de diferentes trastornos, incluso crónicos. Si no se verbalizan los sentimientos ni las sensaciones físicas, nos sentiremos constreñidos y prisioneros de las emociones negativas que se irán agrandando más y más. ¡Tenemos que aprender a expresarnos, a liberar nuestros sentimientos y desenterrar nuestras emociones! Solo entonces nos desprenderemos del miedo, la ira, la ansiedad y reforzaremos las emociones positivas como la alegría o el entusiasmo.
  2. La confianza: Aprender a dejar los miedos atrás y reforzar la confianza en nosotros mismos ayuda a incrementar nuestras defensas. Diversos estudios han señalado que pensar reiteradamente en las cuestiones que nos atemorizan es fuente de numerosas dolencias físicas, desde las contracturas musculares hasta los trastornos de equilibrio.
  3. La coherencia: La plenitud vital no es alcanzable si no se produce un coherente equilibrio entre lo que pensamos y lo que decimos, así como entre lo que decimos y lo que hacemos. El equilibrio emocional depende de ello, por lo que el autoengaño, el derrotismo o la incapacidad para ser uno mismo nos cerrará las puertas del bienestar.

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